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sábado, diciembre 12, 2009

Jorge Edwards: El consenso y la confrontación

Colaboración de Jaime

La Concertación fue una fórmula muy buena para salir de dictadura: le dio a la transición chilena un sello original, propio, quizá único, pero no hay fórmula política que dure veinte años, así como no hay ideología que dure un siglo y medio. Hacer la crítica de la Concertación en su forma actual, en su existencia real de estos días, sería un ejercicio de largo aliento. Me limito a señalar un aspecto especialmente desagradable para alguien que siempre ha votado por esta coalición, pero que nunca ha militado en sus partidos. En los últimos años, los independientes, los ciudadanos de a pie, hemos tenido la constante impresión de que el conglomerado empezaba a sentirse propietario del Estado y de la administración.

El pequeño episodio de Carolina Rossetti, embajadora en Suiza y amonestada o criticada por manifestar simpatías por la candidatura de Enríquez Ominami, aunque no signifique demasiado, es un síntoma, un indicio que no conviene dejar pasar. Las coaliciones que llevan largo tiempo en el poder tienden a deslizarse a formas de autoritarismo. Tienden a sentirse dueñas del aparato del Estado, como ya dije: piensan que una crítica, una opinión diferente, es una deserción, algo cercano a una traición. Me acordé de mis remotos tiempos de funcionario del Servicio Exterior en los años de la presidencia de Jorge Alessandri. Con mi amigo, colega literario y compañero de oficina, Jaime Laso Jarpa, en nuestra calidad de jóvenes rebeldes, lectores de los existencialistas franceses, firmamos un manifiesto a favor de la candidatura presidencial de Salvador Allende, texto que salió publicado en el diario El Siglo. Ninguno de nuestros jefes radicales o conservadores se sintió mayormente inquieto por este episodio. Nos pedían que hiciéramos un buen trabajo en las oficinas centrales o en las embajadas. En cuanto a las ideas, las opiniones, las simpatías personales, se discutían al final de la tarde, frente a una copa de vino, y nadie se hacía problemas mayores. Era, a pesar del atraso de aquellos años, una administración más independiente, más profesional, menos ligada a los vaivenes de la política contingente. Hasta el incidente que he citado más arriba lo demuestra en forma irrefutable. En resumen, una de las prioridades de hoy es la reforma y la modernización del Estado. Lo dicen todos, tirios y troyanos, pero no sé si alguien quiere darse el trabajo de llevarlo a la práctica.

Uno de los cambios fundamentales que ha tenido la Concertación, a lo largo de estos veinte años, como lo advirtió con su habitual lucidez Edgardo Boeninger poco antes de su muerte, ha consistido en que el centro demócrata cristiano se ha debilitado y ha crecido el peso relativo del ala izquierda de la coalición. De ahí que la candidatura de Eduardo Frei se escore hacia ese lado y haga toda clase de gestos, incluyendo pactos "instrumentales", dirigidos al mundo comunista. Soy decidido partidario de terminar con la exclusión de sectores, de que haya una representación parlamentaria verdaderamente proporcional, pero esto tiene que lograrse a través de la reforma del sistema binominal. Y me parece que el centro derecha comete un error serio al no permitirlo. ¿Por qué? Porque al proceder en esa forma demuestra intolerancia, rigidez, un reaccionarismo muy poco moderno, y lo único que consigue con eso, a mediano o a largo plazo, es excluirse a sí mismo.

En su clásica crítica del marxismo leninismo del siglo XX, Karl Popper sostenía que era una doctrina que ponía todo el énfasis em la confrontación dentro de la sociedad, más que en el consenso y la colaboración, y que ahí residía uno de sus errores principales, una de las razones de su fracaso en el llamado socialismo real. En la polémica política del Chile de ahora, encendida, como es lógico, por el ambiente electoral, hemos vuelto a escuchar tonos confrontacionales, polarizados, de gran hostilidad y aspereza, que habían dejado de escucharse, para suerte nuestra, hacía bastante rato. Parece que el objetivo principal de la izquierda y del centro izquierda consiste en atajar a toda costa a la derecha, en impedirle por cualquier medio, incluso en sus alianzas con sectores moderados, su llegada al gobierno, por muy breve que sea el período presidencial. Pues bien, en una democracia moderna, el discurso de la izquierda debería consistir, en su filosofía esencial, en tratar de convencernos de que son capaces de hacer las cosas mejor, con más eficacia, con mayor sentido de la equidad y de la justicia, con más llegada a las mayorías del país, que sus adversarios.

Escucho los debates, observo los despliegues abrumadores de propaganda, y compruebo que hay mucha irritación, que algunos discursos odiosos, además de anticuados, están de regreso, y que la discusión de ideas, de programas, de proyectos nacionales, más bien, con una que otra excepción, brilla por su ausencia. A mí no me ha parecido mal que Sebastián Piñera hable de llamar a su gobierno a personas destacadas de otras tiendas políticas. Son medidas de cajón, obvias, que se practican en las democracias contemporáneas, en Francia, en Inglaterra, en los Estados Unidos, y que a nosotros nos producen una sorpresa y una molestia de provincianos. Puede que sea una maniobra electoral, pero indica también una orientación, una visión determinada, y si hay algún candidato que no haga en este momento maniobras electorales o electoralistas, les ruego que me lo señalen. Tampoco me parece mal que hable de gobierno de unidad nacional, concepto olvidado, pero que podría adquirir nueva vigencia en cualquier momento. No niego, por lo demás, que la candidatura de Enríquez-Ominami trajo un aire moderadamente refrescante, un espíritu de renovación algo escaso de contenido, a la vida chilena. A mis años, claro está, no considero que la juventud sea un valor por sí sola, como parecen creer los seguidores de M. E-O. Es un hecho biológico, y puede llegar a convertirse en un motivo de nostalgia, pero no pasa de ahí. Albert Einstein descubrió los fundamentos de la teoría de la relatividad en plena juventud y Arthur Rimbaud escribió sus mejores poemas antes de los veinte años de edad, pero no veo ningún Einstein y ningún Rimbaud en las huestes de nuestro joven candidato.

Para que Chile llegue a ser una democracia moderna, desarrollada, equitativa, tenemos una tarea por delante que compromete a la derecha, al centro y a la izquierda: liberarnos de los integrismos, de los fanatismos, de los lenguajes de la confrontación y de la guerrilla social. No es tarea fácil, y confieso que me deja perplejo, inquieto, sin alternativas personales completamente claras. Contemplo a los entusiastas que me rodean y siento una especie de envidia: no por su juventud sino por sus ideas simples, rectilíneas. Me repliego y abro de nuevo un texto de Michel de Montaigne. No decido nada, había escrito Montaigne en una de las vigas del techo de su estudio. No comprendo, había escrito en otra. Suspendo mi juicio, en una tercera. Examino, había hecho copiar en una cuarta. Todas las frases pertenecen a un filósofo de la antigüedad griega, Sexto Empírico, y son, sin embargo, perfectamente vigentes en el Chile de fines de 2009.

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